El pasado 10 de septiembre, el Gobierno y los agentes sociales (empresarios y sindicatos) mantuvieron una reunión con el objetivo de impulsar un acuerdo estratégico por la Formación Profesional, este hecho quedó reflejado en una nota de prensa que se puede leer en la web del Ministerio de Educación (http://www.mecd.gob.es/prensa-mecd/actualidad/2018/09/20180910-acuerdofp.html), en la que entre otros aspectos quedan reflejadas dos afirmaciones relevantes cuyo fondo es motivo de reflexión en la búsqueda de una Formación Profesional que desde años se busca y parece no encontrarse, según se expresa en todas las leyes establecidas en los últimos 43 años, desde Ley General de Educación (1970) hasta la LOMCE (2013) [1]
Dichas afirmaciones son:
A). “Es imprescindible abrir un escenario de trabajo compartido para que las empresas y los agentes sociales sean protagonistas directos de una Formación Profesional más moderna e innovadora, tal y como merece este país” dijo la Ministra.
Es cierto que las empresas y los agentes sociales han de estar siempre presentes en el diseño y el desarrollo de la formación de los ciudadanos en su aprender a hacer, es decir en aquella parte de su formación que, en cualquier nivel, les habilita y cualifica para realizar un trabajo digno que les permita desarrollar una vida digna (trabajo decente en terminología OIT), pero no han de ser los agentes sociales (empresarios y sindicatos) los protagonistas directos, sino el sistema educativo, participando los agentes sociales como colaboradores necesarios.
La participación de las empresas en el proceso formativo de los ciudadanos, aun siendo imprescindible, ha de ser objeto de profunda reflexión y planificación, particularmente en la presencia del alumno en la empresa, pues si bien en algunos casos de inserción laboral puede bastar con que el alumno aprenda en la empresa a hacer tareas concretas, en muchos otros casos, la mayoría, esta participación de las empresas ha de considerarse como un mecanismo complementario en el proceso de formación integral de los alumnos, siendo éste planificado, dirigido y organizado desde el sistema educativo.
Dicha participación, insisto imprescindible, y en particular al considerar la presencia del alumno en la empresa, ha de contemplarse no sólo desde el punto de la pedagogía del aprendizaje (bueno desde el aprender haciendo y malo desde la monotonía de la repetición mecánica), también desde los aspectos económicos tanto de las empresas (v.g.: costes de tutorías y apoyos físicos al alumno, y ahorros mediante la contribución del alumno al sistema productivo) como del sistema educativo (v.g.: costes de tutorías para seguimiento y ahorros de adquisición y renovación de equipos), así como desde otros aspectos con incidencia en la formación integral de los alumnos, tales como responsabilidad, compañerismo, disciplina, y otras influencias que de forma positiva y también negativa puede tener el ambiente laboral en quien está en proceso formativo.
B). España registra una baja proporción de jóvenes de entre 15 y 19 años matriculados en programas de Formación Profesional, en comparación con los países de la OCDE (12% frente al 25%).
Según todas las estadísticas es claro el enorme déficit de formación de profesionales no universitarios que tiene España, no sólo en la franja de edad 15-19, sino en todas las edades; así, tenemos un déficit de más de seis millones de personas en el grupo de edad 25-64 de más de seis millones de personas con formación de niveles CINE 3-4 para estar en la media de EU28.
Ahora bien, este déficit no responde a una baja calidad de nuestra Formación Profesional, sino a un problema de nuestro sistema educativo, que en su diseño asigna a la Formación Profesional el papel de puerta de salida (fracaso) del camino que se configura como único y normal, camino éste a seguir por quienes alguna vez en su formación a lo largo de la vida quiera progresar hacia cualificaciones profesionales de alto nivel (universitarias).
Es pues coherente con el diseño del sistema educativo que al finalizar ESO la mayoría de los alumnos quieran seguir estudiando Bachillerato (en proporción superior a 2/3) en vez de incorporarse a la Formación Profesional, ya que a través del Bachillerato el alumno:
- accede a la universidad de forma natural,
- recibe una formación de más amplitud, en valores y humanidades y,
- evita la etiqueta social de tomar la puerta de salida diseñada para los fracasados.
La reflexión sobre estos dos aspectos de la nota de prensa pueden resumirse en que, es el sistema educativo, nuestro sistema educativo, el que precisa de una urgente reforma.
En mi opinión, deberá ser una reforma de nuestro sistema educativo que debe promover:
- una Formación Profesional moderna e innovadora,
- una Formación Profesional no pensada para formar obreros más o menos hábiles en determinadas profesiones, sino para formar personas con amplia cultura y formación en valores, personas que, siendo capaces de desarrollar un trabajo digno y adecuado a los tiempos actuales, puedan proseguir su formación hacia las cualificaciones de alto nivel (universitarias) de forma natural y razonable cuando lo decidan en función de sus circunstancias personales y sociales,
- una Formación Profesional que, cursada por la inmensa mayoría de la población, configure una sociedad culta con capacidades laborales mayoritariamente no universitarias, como corresponde a la demanda real.
- una Formación Profesional que, diseñada como camino de formación aplicada alternativo al Bachillerato (formación general), tenga una continuidad natural y razonable hacia las cualificaciones profesionales de alto nivel (universitarias), generando así de forma natural una distribución piramidal de las cualificaciones profesionales, coherente con la demanda real.
En estos momentos se está poniendo en entredicho la necesidad que parecen mostrar muchos políticos de disponer de titulaciones universitarias para plasmar en sus currículos, la llamada “titulitis”. Se presenta como un defecto de la sociedad española, y claro que lo es, pero inducido, en mi opinión, como un efecto negativo de nuestro sistema educativo, cuyo diseño, como he dicho antes, establece que el camino normal, para los ciudadanos normales, finaliza en las titulaciones universitarias. Estas titulaciones son elegidas para obtener una cualificación profesional (de alto nivel y algunas con atribuciones profesionales exclusivas), siendo obtenidas no como el último escalón de un proceso formativo en habilidades con cualificaciones intermedias, sino como el primer, y a veces único, escalón profesional.
El pasado mes de julio, en unas reflexiones publicadas como carta abierta a la nueva Ministra de Educación [2], tras saludar su nombramiento, hacía la petición de ser exquisita en la coordinación con el Ministerio de Universidades para conseguir que, la universidad abra las puertas a la Formación Profesional Superior diseñándose en determinadas titulaciones planes de estudios específicos que permitan cursar estos estudios universitarios de forma natural y razonable desde la Formación Profesional.
Con ello se apuntaría a configurar la Formación Profesional como un camino de formación aplicada, alternativo (y yo diría que preferente) al de formación general, con continuidad entre todos los niveles de cualificación, consiguiendo así que las máximas cualificaciones profesionales se puedan alcanzar por dos caminos, uno de formación general y otro de formación aplicada.
Es obvio, razonable y justo que en todo sistema educativo existan puertas de salida para aquellos ciudadanos que no puedan o no quieran seguir dentro del sistema, y esta salida necesariamente pasará por dotar de capacidades laborales, pues como se escribe en “Formación profesional. El camino razonable hacia una sociedad de profesionales. Edit. Universidad Pontificia Comillas. 2017”: El trabajo es la llave que permitirá la consecución de los medios económicos para el desarrollo de una vida digna”. Ahora bien, dotar a los ciudadanos de capacidades laborales no debe ser siempre salida del sistema educativo. Es de tiempos pasados un diseño de sistema educativo con el conocido dicho “… quien no quiera estudiar debe prepararse para trabajar”, hoy día trabajo no es contrapuesto a estudio. También ha perdido sentido la clasificación entre “obreros, obreras y empleados, empleadas”, en estos momentos se habla y la sociedad se organiza con “trabajadores y trabajadoras”, por tanto, un camino aplicado que aporta capacidades profesionales escalonadas.
Así, quien abandone el educativo reglado (de formación general o aplicada) debe encontrar las puertas de salida adecuadas a su situación, algunas de las cuales ya existen, tales como formación de adultos y otros programas especiales coordinados por el Ministerio de Trabajo.
Por otro lado, la consideración y el diseño adecuado de la Formación Profesional como camino de formación aplicada, alternativo al de formación general, con recorrido paralelo y hasta el final, posiblemente reduzca bastante el abandono educativo.
Notas a pie de página.
[1](Ver reflexiones en este sentido en “Formación profesional. El camino razonable hacia una sociedad de profesionales. Anexo V. La cualificación profesional en la legislación educativa española”. Editorial Universidad Pontificia Comillas. 2017).
[2](https://www.icai.es/articulo-revista/formacion-profesional-si-pero-no-de-cualquier-forma-carta-abierta-a-la-ministra-de-educacion-y-formacion-profesional/ )