Al final de esta entrevista, las palabras del P. José María Díaz Moreno reflejan muy bien la verdadera esencia de este hombre, alguien sencillo, y lleno de humildad, alguien que, de sentirse orgulloso de algo, lo está de haber sido un amigo antes que profesor. En otras líneas podemos apreciar a una persona que sabe ser agradecida y que en todo momento tiene palabras de reconocimiento y cariño para todos sus alumnos y compañeros. Yo quisiera destacar su valía profesional y su enorme vocación; y también destacar muchos logros que no todos saben que él estuvo detrás, esfuerzos duros de antaño que hoy han dado su fruto. Disfruten en estas páginas con sus palabras, igual que lo he hecho yo entrevistándole.
Para empezar, podría hablarnos un poco de su vida personal y de su trayectoria profesional.
Antes de iniciar nuestra conversación, quiero agradecer al Consejo de Redacción de ANALES, esta ocasión que me ofrece de recordar una etapa de mi vida, que ya se pierde en la lejanía del tiempo. Los viejos apenas somos otra cosa que recuerdos. De ahí que sintamos un sincero agradecimiento, cuando se nos ofrecen ocasiones como ésta de recordar. Es como volver a vivir aquello que recordamos. Por eso, os agradezco de corazón esta invitación. Sobre mi insignificante vida personal, te diré que soy extremeño, de Villafranca de los Barros. Estudié en el Colegio de S. José de esa ciudad y, desde 1944, soy jesuita. Tras 16 años de estudios de humanidades, filosofía y teología, soy sacerdote desde el año 1958.
Estoy, por tanto, a punto de cumplir mis bodas de oro sacerdotales. El año 1960 me mandaron a la Universidad Gregoriana de Roma para doctorarme en Derecho Canónico. El curso 1965-66 comencé a enseñar esa asignatura en la Facultad de Derecho del ICADE y en las Facultades de Derecho Canónico y Teología de Comillas.
Éste es el único destino que he tenido. Me jubilaron, que no me jubilé, al cumplir los 70 años. Pero, providencialmente me ofrecieron seguir enseñando, como Profesor invitado, en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Salamanca y allí he seguido con clases hasta el año pasado en el que, al cumplir los ochenta años, las he dejado, casi totalmente. Echando una mirada atrás, creo haber dado una mitad de mi vida a la enseñanza universitaria y al estudio del Derecho de la Iglesia y la otra mitad a atender a matrimonios en dificultades y a procurar orientarles en su dolorosa situación familiar. Ésa ha sido mi vida. Como ves, soy la negación del auténtico jesuita que, según S. Ignacio, debe “discurrir por todas partes del mundo.” Yo no he hecho otra cosa que atravesar la calle que separa los números 23 y 21 de la calle Alberto Aguilera. En el primero viví treinta y tres años y, desde hace diez, vivo en el 21. No se puede dar más vulgaridad. Pero esta vulgaridad facilitará mucho la labor de quien tenga que escribir mi necrología, en el caso, claro está, de que la escriban.
¿Cómo recuerda los años en que fue Rector del ICAI-ICADE?
El curso 1967-68 fui Vicerrector y desde 1968 a 1974 fui Rector. Es decir, mi Rectorado se inició con el célebre “mayo francés del 68,” y duró hasta las vísperas de la transición democrática española. Basta recordar lo que significaron aquellos años para la vida universitaria, para caer en la cuenta de que no fueron años fáciles, sino todo lo contrario. Pero, ahora en la lejanía del tiempo, doy gracias a Dios por lo que supuso para mí aquella dura experiencia. En relación con el ICAI, tengo que darte dos datos. El primero es que, aunque mi destino fue dar clases de Derecho Canónico en el ICADE, comencé mi vida de profesor universitario dando clases de Moral a los de quinto de Ingenieros del ICAI. Recuerdo claramente a qué se debió. A lo bien que me acogieron aquellos alumnos, a punto de terminar su carrera, y a lo bien que nos entendimos debo, en gran parte, el que me haya dedicado a la enseñanza con verdadera vocación y haya gozado tanto en ella. Aún recuerdo nombres de los que formaban aquella clase de quinto: Sagi-Vela, Egea, Arredonda, García-Polavieja, Barrera, Pedro de la Gala, Pérez del Camino, etc. El otro dato es que si, como tú me indicabas, se pueden distinguir cuatro ICAI en la historia -1) desde la fundación hasta el destierro; 2) el ICAI de Lieja; 3) desde la vuelta a España y la unión institucional con el ICADE y 4) el integrado en la Universidad Comillas – yo enlazo con el tercero ya que conocí a figuras señeras del ICAI, como los PP.
Orland, Mariño, de Rafael, Pereira y conviví y traté mucho a sus continuadores los PP. Martín-Artajo, Félix Sánchez-Blanco, Mataix, Lequerica, Basabe, Fernández de Retana, Sánchez de Río, Hidalgo y tantos otros entre los que no puedo dejar de mencionar al irrepetible y admirable P. Goicoechea, con el que sigo viviendo en la misma comunidad desde hace más de cuarenta años. Tampoco puedo olvidar a un grupo ejemplar de Profesores seglares de aquel ICAI, como Petit, los dos Guinea, García Crespo, Torrent, Rodríguez Vigo y especialmente a mi buen amigo Luis García Pascual, que fue el primer Director seglar de la Escuela y cuya figura humana, profesional y académica constituye un punto de necesaria referencia en la historia del moderno ICAI. El contacto con estos hombres tengo que afirmar que dejó en mí una honda huella. Ellos nos transmitieron un estilo, un modo de ser del que se benefició toda la obra jesuítica en Alberto Aguilera, y especialmente el ICADE. Puedo asegurarlo y podría probarlo con datos que no dejan lugar a duda. El primer dato de este influjo lo tenemos en la cercanía de las “marcas” ICAI-ICADE. De los Rectores del “tercer” ICAI, ya sólo quedamos el P. José Antonio Ezcurdia, que fue mi sucesor, y yo, para dar este testimonio, pues aunque los PP. Jesús Marañón y Alberto Dou viven, están ya retirados en las Enfermerías de Alcalá y San Cugat del Vallés.
¿Qué destacaría de aquella época?
A bote pronto, yo destacaría, como prevalente en mis recuerdos, las dificultades que padecimos. Sobre todo las económicas que, con frecuencia, me hicieron perder el sueño y en las que el inolvidable Javier Benjumea tanto nos ayudó siempre. Hubo momentos en que las cosas se nos pusieron muy mal. Entonces pensamos muy seriamente en vender los edificios de A. Aguilera y trasladarnos a un terreno que la Compañía de Jesús nos ofrecía en el cruce de López de Hoyos con Arturo Soria. Fueron trámites muy enojosos, con muchísimos titubeos y consultas. Afortunadamente aquel proyecto de venta no prosperó, porque el Ayuntamiento de Madrid declaró el edificio monumento artístico, como muestra del neo-mudéjar madrileño. Sería muy largo mencionar tantas y tantas peripecias como recuerdo de aquellos años. A las dificultades económicas se añadió la necesidad de ampliar los laboratorios para montar el material que los PP. Martín-Artajo y Mataix habían logrado les donasen las Universidades jesuíticas norteamericanas. Esa fue la causa de la ampliación del edificio en la calle Mártires de Alcalá. Las obras habían comenzado durante el Rectorado del P. Marañón, pero me tocó a mí terminarlas. Y no fue fácil. Nunca he sabido qué es un “pozo de cavitación”, pero se me fijó ese nombre por la cantidad de dinero que exigió su construcción. Dinero que no teníamos. Parecía un pozo sin fondo. Si a esto unes las “turbulencias” universitarias de aquellos años, con las huelgas, las asambleas de alumnos, las visitas de la policía y algunos episodios más graves de tipo político, creo que prueban mi afirmación de que ciertamente no me tocaron años fáciles.
¿Cuáles fueron los principales cambios que se llevaron a cabo entonces?
Por mi condición de canonista, me limito a algo en lo que tuve el máximo interés y que posiblemente es lo único verdaderamente útil que hice como Rector del ICAI-ICADE. Cuando llegué a esta “santa casa”, encontré que no existían unos Estatutos propios de una Institución universitaria que integraba las ingenierías y los estudios de Ciencias Empresariales y de Derecho. El ICAI llevaba ya más de cincuenta años de fecunda y admirable existencia y el ICADE estaba en su primer decenio de vida y con perspectivas de un futuro académico consolidado y esperanzador. Pero el gobierno y dirección de estas dos obras universitarias era substancialmente semejante al régimen de los Colegios jesuíticos de segunda enseñanza. Mi antecesor el P. Marañón, dio un paso adelante hacia una nueva configuración jurídica, promulgando un “Manual-Guía” de orden interno, que había elaborado D. Ignacio de Cuadra. Pero no fue bien recibido, ni fielmente aplicado por todos, sino que encontró una cierta resistencia. Dada mi colaboración con el P. Marañón durante un año como Vicerrector, al sucederle, no sólo creí que había que seguir en la misma línea, sino que había que dar pasos más decisivos. Encargué al P. Ezcurdia, buen jurista, la elaboración de unos Estatutos completos y claros. Así lo hizo y fueron aprobados por los Superiores de la Compañía y comenzaron a estar en vigor, si no me equivoco, el curso 1972-73.
Apareció, como principal novedad, la figura del Presidente Académico, quien asumió todo lo que se refería al orden académico y administrativo, reservándose el Rector sólo lo que se refería a la vida religiosa de la comunidad jesuítica. Creo modestamente que fue un paso en adelante hacía una configuración jurídica verdaderamente universitaria. No era algo ni perfecto, ni definitivo, pero, al menos, evitaba la confluencia y la confusión entre la jurisdicción religiosa y la académica, que tantos problemas y tan malos ratos me hizo pasar, y se daban así pasos para la integración del profesorado seglar en las responsabilidades y dirección de la obra universitaria. La consolidación de esa inicial configuración jurídica, en lo que se refiere al ICAI, porque el ICADE llevó otro camino, se vio afectada, primero, por la ley civil que exigía la integración de las Escuelas Superiores de Ingenieros en una Universidad, luego por el Convenio entre la S. Sede y el Estado Español del año 1963, sobre el reconocimiento de los efectos civiles de los estudios realizados en los Centros de Estudios Superiores de la Iglesia y, finalmente, por el traslado de la Universidad Pontificia de Comillas a Madrid. En esta última fase yo ya no era Rector, pero formé parte de la Comisión que estudió la integración del ICAI-ICADE en la Universidad de Comillas.
Tampoco esta integración resultó siempre fácil, ni creo sinceramente que se valoró siempre y por todos, como hubiese sido justo, lo que el ICAI-ICADE aportaban a la nueva Universidad Comillas-Madrid. El tiempo y los hechos nos han dado la razón a los que valorábamos al máximo la aportación del ICAI e ICADE.
¿En relación con la Escuela de Ingenieros, recuerda algunos hechos que quizás no todos conocen?
Como han trasladado las Bibliotecas al edificio de A. Aguilera 25, con frecuencia, coincido en el ascensor con alumnas de la Escuela de Ingenieros y alguna vez he comentado, incidentalmente, con algún grupo de ellas, mi modesta intervención en que su presencia sea hoy una estupenda realidad, ya que constituyen actualmente el 20% del alumnado de la Escuela. Cuando les he dicho esto me han mostrado su admiración y hasta cierta incredulidad. Creían que había habido “ingenieras” desde siempre. Pero la verdad es que así como en el ICADE la presencia de alumnas fue una realidad desde las primeras promociones, aunque en minoría, en el ICAI tardaron en llegar la friolera de casi 60 años. Recuerdo que para el curso, si no me equivoco, 1969-70 pidieron la admisión dos alumnas, que figurarán en la lista de aquella promoción. Además de la sorpresa, como algo absolutamente novedoso, se dudó sobre la posibilidad y conveniencia de la admisión. El Director de la Escuela era el P. Sánchez del Río, quien me consultó el caso. Yo le dije que no sólo se les podía admitir, sino que tenían derecho a ser admitidas, si cumplían los requisitos que se exigían para la admisión, en igualdad de condiciones que los alumnos. Le recordé el caso de Concepción Arenal, cuando pidió el ingreso en la Facultad de Derecho de la Universidad Central y la Junta de Gobierno, tras larga deliberación, determinó que no se le podía rechazar, pero que debía asistir a las clases vestida de hombre. Increíble, pero cierto. Nuestra actitud tenía que ser totalmente distinta. El caso es que en aquel año, salvo que esté en un error, se admitieron las dos primeras alumnas. Aunque el P. Sánchez el Río, Director de la Escuela, no puso ninguna objeción, sí las pusieron otros y hasta tuve una reunión informal con la Junta Directiva del Colegio y Asociación, ya que no a todos les parecía bien esa novedad. Algunas de las objeciones eran muy peculiares y hoy parecen increíbles. Pero las pusieron. Otra de las objeciones era que se trataba de un caso aislado y que ninguna otra chica pediría la admisión. Pero, no fue así. Poco después pidió la admisión Magda Salarich. Y recuerdo alguna amigable conversación con su padre, genuino ICAI y que era miembro de la Junta Directiva y que estuvo presente en aquella reunión, en la que algunos de sus compañeros ponían dificultades.
Otro dato, sin mayor importancia, es el acercamiento entre Icais e Icades. Parece mentira, pero eran dos mundos sin ningún tipo de conexión. A los pocos años de encargarme de dar las clases de moral a los Icais de quinto, me encargó el P. Martín de Nicolás, Decano del ICADE, que me encargase también de las de quinto del ICADE. Al segundo año, propuse a los respectivos Decanos tenerlas conjuntamente con icades e icais. Era la primera vez que tenían algo juntos y que compartían una misma aula. Más tarde, convertí aquellas clases de moral en un peculiar “Cursillo de preparación al matrimonio”. Fue un éxito. Tengo un magnífico recuerdo de aquellas clases conjuntas que terminamos teniéndolas en el antiguo salón actos, dada la afluencia de oyentes.
En esta misma línea de contactos entre icais e icades, recuerdo que un día se me presentaron en mi Despacho dos alumnos del ICAI, Nacho Pérez Arriaga y Miguel Udaondo. Querían fundar una tuna. Les animé, les sugerí que invitasen a los alumnos del ICADE y les ayudé cuanto pude y hasta hice una modesta trampa administrativo-financiera para poder costearles los primeros trajes de tunos. Así nació aquella tuna que cosechó tantos éxitos. Espero que Nacho y Miguel lo recuerden.
¿Qué piensa de lo que denominamos “espíritu del ICAI”?
Ya me he referido a él. Creo que, en parte, se debe al trío de jesuitas fundadores, PP. Pérez del Pulgar, Ayala y Polavieja y a sus inmediatos colaboradores y continuadores. Y, en parte, creo que se debe a determinados factores históricos. Me refiero, en primer lugar, al hecho del destierro en Bélgica. Este hecho, como tantas veces se lo oí decir a los protagonistas de aquella admirable aventura (Benjumea, Bru, Derqui, etc.), en lo que tenía de riesgo y confianza en los jesuitas y por la unión que siempre une a los desterrados entre sí, les unió y marcó para siempre y esa unión y ese espíritu lo supieron transmitir a las siguientes generaciones, aunque las circunstancias variasen. Creo que también contribuyó a crear ese espíritu de ICAI el hecho de que, sin reconocimiento oficial del título, estudiase la carrera con intensidad y fe en lo que se proponían y que dio como fruto la creación de Empresas, que son testigos fehacientes de su eficaz formación técnica y de su creatividad. Cuando, en 1970, celebramos el Segundo Congreso Nacional de Ingenieros del ICAI, lo pude comprobar.
Ya estoy muy lejos de la realidad actual del ICAI, aunque he seguido siempre con personal interés su evolución, pero pienso sinceramente que lo substancial de ese espíritu permanece, aunque el contexto en que tiene que hacerse realidad y vida, sea tan diferente del que caracterizaba aquel comienzo del siglo veinte en que nació y se desarrolló. También 1970, el recordado Gonzalo García de Polavieja, me hizo una larga entrevista que está publicada en ANALES de aquel año. La he vuelto a leer, con ocasión de esta entrevista, y hoy, a la distancia de casi cuarenta años, volvería a afirmar, casi en su totalidad, lo que allí digo sobre el ICAI de los años setenta y sobre su presente y su futuro. Quizás hoy, ante la situación religiosa y social que vivimos y que el Cardenal Rouco acaba de calificar de “apostasía silenciosa” de lo católico, aplicando a España lo que hace años se afirmó en el Sínodo de los Obispos, en relación con Europa, habría que acentuar, de manera lúcida e inteligente, la confesionalidad católica de la Universidad Comillas y, consiguientemente, del ICAI. Pero habría que hacerlo sin inútiles nostalgias, sin reaccionarismos agresivos, sino con un sentido inteligente de la historia que avanza y no retrocede.
Como tantas veces se ha dicho, no habría que pesar tanto en lo que hicieron los fundadores del ICAI, sino en qué harían hoy. Repito que ya estoy lejos y apartado de la vida real del ICAI, pero me parece y sospecho que habría que hacer algo más en el terreno de la confesionalidad católica, sin discriminaciones, ni imposiciones, pero no ocultando o difuminando esa confesionalidad, como algo vergonzante. Ahí pondría yo el acento para que fuese una realidad total el “valor de la excelencia.”
¿Qué ha significado para Ud. el desempeño de la labor docente, tan importante en su vida?
La verdad es que mi destino, por parte de mis Superiores, a la enseñanza universitaria supuso para mí una sorpresa inesperada y me costó comprender las razones que motivaron ese destino. Ahora, con casi medio siglo de experiencia a las espaldas, bendigo a Dios y agradezco a mis superiores ese destino. Me he sentido siempre muy a gusto. Tengo que confesar que guardo el mejor recuerdo de todos mis alumnos y alumnas. Todos se han portado admirablemente conmigo y son una parte tan substancial de mi pobre vida, que sin ellos ni yo mismo sabría entenderme. La enseñanza, si se tiene vocación, sólo creo es comparable con la paternidad.
Con el paso del tiempo, ¿qué es de lo que se siente más orgulloso de haber hecho?
Orgulloso no me siento de nada. En el acto del homenaje que me dedicaron mis colegas y antiguos alumnos, cuando la Universidad me nombró Profesor Emérito, un entrañable amigo afirmó que yo, a lo largo de mi vida como profesor, no había hecho sólo discípulos, sino sobre todo había hecho amigos. Me gustaría mucho que eso fuese verdad. Junto a esta realidad, he procurado, a lo largo de mi vida, que nadie, que me haya hecho partícipe de sus preocupaciones y dificultades, haya salido de mi despacho sin esperanza y con alguna solución a su problema.
En nombre de Anales, agradezco las palabras, el tiempo y la colaboración del padre José María Díaz Moreno, y estamos encantados de haberle “escuchado en sus recuerdos“ por la gran autenticidad que encierran todos y cada uno de ellos. ¡Gracias!
José Manuel González Pruneda