Personas que han tenido que dejar sus casas y huir para salvar la vida. Cargados con todo aquello que son capaces de acarrear y con sus hijos pequeños sobre los hombros, emprenden la huida a pie hacia un lugar donde puedan sentirse a salvo. Son vigilados por soldados con gorras de diferentes colores. Unas veces son verdes, y otras azules. Las personas que ya vivían en esos lugares los miran con hostilidad, son tan pobres como los que llegan y piensan que vienen a quitarles sus pocos recursos. Ven cómo las ONG les dan agua, algo de comida, mantas, lonas para hacer tiendas; y a ellos, que llevan subsistiendo toda la vida allí, nunca vino nadie a traerles nada. Puede que hasta sientan envidia de los refugiados, pero bueno, piensan, no estarán aquí por mucho tiempo.
Todo surge hace un par de años, cuando un alumno de 4º de Grado en Ingeniería Industrial en ICAI me pide que le dirija el TFG sobre la electrificación de campos de refugiados. Y a partir de ahí empezamos a pensar en cómo llevar nuestra ayuda en forma de “energía” a los refugiados.
Construir un Belén sobre este tema fue la primera idea.
Qué mejor sitio que un campo de refugiados para construir el Belén.
El proyecto
Se elaboró en el curso académico 2016-2017, en uno de los momentos más críticos de la crisis de los refugiados cuando la cifra de refugiados en todo el mundo era de 65,3 millones de desplazados, según datos de ACNUR (Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados) el 22 de junio de 2016. También sabemos que el 54% del total de estos más de 65 millones de refugiados procede sólo de tres países: Siria, Afganistán y Somalia. Guerras de larga duración que nos plantean el reto de que un centro no se debe ni puede planificar siempre como un lugar de paso sino como un lugar donde es posible que la estancia sea realmente larga. A pesar de que la intención de los refugiados es volver a su país cuando éste sea seguro, esta espera puede ser mucho más larga de lo que pensaron en el momento de partir.
Cada tipología de centro de refugiados debe adecuarse a las necesidades del tipo de refugiado, ya que no es lo mismo un refugiado de Siria o de Somalia. Siria era un país afectado por las continuas guerras de su historia, pero siendo uno de los países con un nivel de desarrollo más elevado del oeste asiático, y por lo tanto tiene una de las sociedades más avanzadas de los países nombrados anteriormente. Otro dato importante no nombrado, es que alrededor del 50% de los refugiados son menores, contando con el colectivo mna´s (menores no acompañados).
Partiendo de esta situación, creímos que se debía repensar la funcionabilidad de los campos de refugiados. Los objetivos de este proyecto no se reducen a dotarles de un lugar donde dormir y poder tener alimentos, sino de un lugar en el que los niños tengan acceso a la educación, se fomenten las relaciones sociales y la pertenencia a una comunidad, todo ello auto-gestionado por los propios refugiados. En definitiva, un lugar que permita desarrollar una vida digna aún dentro de unas condiciones extremas.
La principal motivación de este proyecto es proponer un nuevo campo de refugiados en el que se cubran todas las necesidades básicas y así evitar que sus residentes vivan en unas condiciones de precariedad absolutas como está sucediendo en estos momentos. Este proyecto se enmarca dentro del momento histórico en el que los campos de refugiados eran construidos por militares, y en muchos casos custodiados por ellos. La crisis siria, por ejemplo, se alarga ya por 7 años y no parece que vaya a finalizar a corto plazo, por lo que los campos de refugiados actuales no ofrecen las condiciones mínimas necesarias para una población que, cuando acabe la guerra, pueda volver a sus lugares de origen para iniciar la reconstrucción de su país. Este es otro de los puntos que este proyecto quiere abordar, sabiendo que, tras más de siete años de inactividad, las personas, suelen entrar en ciclos mentales nocivos que les incapacitan para readaptarse a su contexto de origen de una forma positiva y productiva.
La manera de abordar las dificultades descritas ha sido diseñar una solución cuyas prioridades son la sanidad, la seguridad y la educación, en cualquiera de sus etapas formativas. La manera de realizar esto no ha sido limitando el proyecto a un país con un territorio concreto, sino que se centra en una distribución de las diferentes funciones de cada una de las soluciones modulares que se exponen. Pudiendo ser un proyecto escalable, partiendo de un mínimo tamaño considerado.
¿Por qué es relevante la energía para los campos de refugiados?
Cae la noche sobre el campo de Doro, en Sudán del Sur, y la vida se paraliza. La oscuridad impide que sus habitantes puedan seguir con sus actividades, los niños y niñas dejan de estudiar, el trabajo se detiene y caminar por las calles se convierte en una empresa arriesgada. La falta de energía e iluminación es uno más de los numerosos obstáculos a los que tienen que hacer frente la creciente población refugiada en Sudán del Sur. Doro es uno de los cuatro campos de refugiados que conforman Mabán. En total, los campos de Mabán acogen aproximadamente 142,500 refugiados, llegados en su mayoría huyendo de los conflictos internos que han asolado Sudán desde hace más de 7 años. Los enfrentamientos entre el gobierno sudanés y diferentes grupos rebeldes han provocado que centenares de miles de personas decidan migrar al joven estado de Sudán del sur para escapar de la violencia política, encontrando en muchos casos el rechazo de la población local y un contexto también marcado por sus propios conflictos internos.
La relevancia del acceso a la energía ha sido reconocida por Naciones Unidas dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030, que recogen en el número 7 su apuesta por “garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos”. Como reconoce el texto, este objetivo es fundamental ya que afecta directamente al logro de otros objetivos de desarrollo sostenible. El acceso a la energía es fundamental para el empleo, la seguridad, la producción de alimentos, la salud y la generación de ingresos, todos ellos objetivos globales para 2030. Es con energía que los estudiantes pueden estudiar y los innovadores pueden innovar. En la actualidad, uno de cada cinco personas de la población mundial vive sin electricidad y más de 7 millones de personas desplazadas tienen acceso a la electricidad durante menos de cuatro horas al día, lo que convierte el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna una prioridad a nivel mundial, especialmente para la creciente población refugiada.
Uno de los problemas que han de ser abordados es la visión de que la infraestructura eléctrica es una inversión a largo plazo, por lo que no es apropiada en el contexto de emergencias humanitarias a corto plazo como el caso de los campos de refugiados. Esta visión es además impulsada por los gobiernos y comunidades anfitriones, quienes rechazan aquellas medidas que puedan convertir los campos de refugiados en permanentes. Se mantiene una visión de que los campos son estructuras temporales que sirven para mantener a sus residentes vivos pero inactivos hasta que puedan regresar a sus lugares de origen. Sin embargo, a finales de 2017 alrededor de 13.4 millones de refugiados se encontraban en situaciones de desplazamiento prolongado, como es el caso de la población sudanesa. Se consideran situaciones de desplazamiento prolongado aquellas en las que más de 25,000 refugiados de la misma nacionalidad han estado en el exilio durante al menos 5 años consecutivos en el mismo país de acogida. De hecho, la duración media del exilio es de alrededor de 17 años y muchos de los campos llegan a tener la dimensión de una ciudad de tamaño pequeño o mediano. En estos casos, soluciones energéticas temporales pueden resultar extremadamente caras e ineficientes, y atajar el problema de la falta de electricidad debe formar parte de las estrategias de las agencias y organizaciones de ayuda humanitaria para contribuir a crear medios de vida sostenibles para la población refugiada durante el tiempo que dure su exilio.
La asistencia sanitaria es prácticamente inexistente para la población de las áreas remotas de Sudán del Sur, incluso para las comunidades de acogida. Esta situación es aún peor para la población de los campos de refugiados. Enfermedades como la malaria, la tuberculosis o el cólera son endémicas en este joven país, y por ello es fundamental la adecuada conservación de medicamentos para tratar esas y otras enfermedades. Además, dar energía a los centros de salud permite almacenar vacunas que permitan la vacunación masiva de la población. En el pasado, campañas de vacunación masiva contra el cólera han tenido que recurrir a cubos con hielo para la conservación de las vacunas. La electrificación también mejora la calidad de la salud reproductiva y neonatal, así como de las intervenciones de emergencia que no pueden ser llevadas a cabo sin luz.
Otro de los factores claves que influyen en la necesidad de facilitar el acceso a la energía de las poblaciones refugiadas es garantizar el derecho a la educación de los niños refugiados. Sólo en Doro el 63% de la población tiene menos de 18 años, y un 47% es menor de 12 años, por lo que el foco en la educación es fundamental. El contar con una iluminación adecuada en las escuelas puede aumentar el número de horas de clase, lo que permitiría que aquellos niños que se ven obligados a trabajar para sostener a sus familias puedan acudir a la escuela en otra franja horaria. Además, electricidad en las escuelas facilitaría otras actividades como la formación del profesorado, educación para adultos o formación profesional fuera de las horas escolares.
Además, se ha de tener en cuenta la importancia de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) para la creación y facilitación del acceso a la educación de los niños y jóvenes refugiados, en particular a través de la tecnología móvil. Además, la tecnología móvil permite a los habitantes de los campos de refugiados comunicarse con familiares y amigos y reforzar las estructuras de apoyo social. En situaciones tan extremas como las que pueden forzar a una persona a dejar todo atrás para pedir refugio en otro país, la tecnología les permite mantenerse en contacto con sus seres queridos y conocer su paradero.
El acceso a la energía es también fundamental para impulsar iniciativas de desarrollo económico y autoempleo, haciendo posible que las personas lleven a cabo proyectos emprendedores como pequeñas salas de té, peluquerías o sastrerías. Estas iniciativas, además, sirven para activar el tejido social y promover los intercambios en la comunidad refugiada. La falta de luz limita indudablemente los encuentros, restringiendo la posibilidad de trabajar, jugar, hacer deporte o estudiar. Incluso en comunidades rurales que desarrollan en su mayoría actividades informales dentro del campo de la agricultura, el acceso a luz eléctrica puede contribuir a que amplíen sus posibilidades de interacción social una vez que caiga el sol.
Otro problema importante que podría ser mitigado con un adecuado acceso a la energía sería la inseguridad. En un estudio realizado en Doro en 2015, un 25.9% de las familias reportaron haber sufrido algún incidente desde su llegada al campo. La mayoría hablaban de acoso, ataques físicos, robos y daños a sus refugios. Estos problemas de seguridad se dan tanto dentro de la comunidad de refugiados, como en la relación con la comunidad de acogida, con la que el campo mantiene en muchos casos una relación tensa. Un mejor alumbrado en las áreas públicas podría contribuir a mejorar esta situación y a evitar este tipo de ataques. La falta de una iluminación adecuada convierte la seguridad en un problema paralizante, limitando la movilidad una vez que cae la noche.
Este es un problema especialmente relevante para niñas y mujeres, especialmente vulnerables ante la violencia de género. Actividades como visitar a un vecino o utilizar los sanitarios las pueden convertir en el blanco de ataques violentos, por lo que la posibilidad de desarrollo de una vida social para mujeres y niñas se ve dramáticamente limitada. Por tanto, la luz contribuye a mejorar el bienestar de las niñas y mujeres, facilitando además que desarrollen sus oportunidades educativas y económicas. Además, el alumbrado de las zonas comunes puede prevenir el desarrollo de actividades ilegales como el contrabando o la prostitución.
Como reconoce Raffaella Belanca: “Cuanto mayor sea el acceso a la energía, habrá más oportunidades para una vida íntegra, para una posterior reintegración en la sociedad, para una menor dependencia de los donantes y para un mayor número de posibilidades de vivir con dignidad”. Su afirmación responde a una mayor conciencia de la relevancia del acceso a la energía, así como de una mayor apertura desde las instituciones humanitarias para reconocer dicha relevancia y actuar en conformidad. En Septiembre de 2018, el Refugee Studies Center de la Universidad de Oxford presentó un estudio que definía la situación energética en contextos de refugio como ‘insostenible’, y abogaba por apostar por fuentes de energía renovables a medio plazo. Está claro que la inversión en energía es una apuesta arriesgada, tanto por el esfuerzo que supone su puesta en marcha, como por el hecho de que requiere de un mantenimiento a largo plazo al que las organizaciones humanitarias y agencias de cooperación no dan la importancia necesaria. En múltiples ocasiones la falta de fondos paraliza iniciativas de gran impacto. Las organizaciones humanitarias muchas veces centran sus esfuerzos en la ayuda a corto plazo (alimento, agua y alojamiento temporal), sin tener en cuenta que los periodos de permanencia en los campos de refugiados siguen aumentando y que el acceso a la energía es la base de muchas otras actividades.
Ante esta situación, sólo nos queda hacer una reflexión personal sobre qué podemos hacer al respecto. Hemos de plantearnos cuál es nuestra parcela de responsabilidad ante estas situaciones de injusticia que tenemos la suerte de no vivir de primera mano. Desde nuestra posición de privilegio podemos tomar acciones que ayuden a mitigar el sufrimiento de aquellos que no tienen tanta suerte como nosotros, y ante situaciones extremas a nivel global como el aumento del número de personas que se ven obligadas a huir de sus casas, podemos por lo menos contribuir a hacer que puedan desarrollarse de una forma digna en su día a día, y puedan darles a sus hijos e hijas el futuro lleno de oportunidades que también nosotros intentamos construir para los nuestros.
La Asociación de Ingenieros de ICAI y la Fundación de ingenieros del ICAI para el desarrollo han colaborado económicamente para la compra y transporte de un generador y el combustible necesario para dos años con destino al Servicio Jesuita a Refugiados (SRJ) en el campo de Mabán (Sudán del Sur). Adicionalmente la Asociación ha lanzado una campaña en esta Navidad de 2018, para que el colectivo ICAI pueda “apadrinar” la energía para este campo.
Referencias.
- Bellanca, Raffaella. 2014. “Sustainable Energy Provision Among Displaced Populations: Policy and Practice”. Energy, Environment and Resources. Chatham House: The Royal Institute of International Affairs.
- Dahya, Negin, and Sarah Dryden-Peterson. 2017. “Tracing Pathways to Higher Education for Refugees: The Role of Virtual Support Networks and Mobile Phones for Women in Refugee Camps.” Comparative Education 53 (2): 284–301.
- Energía Asequible y no Contaminante: Por qué es Importante (http://www.un.org/sustainabledevelopment/es/wp-content/uploads/sites/3/2016/10/7_Spanish_Why_it_Matters.pdf )
- Internal Displacement Monitoring Centre. 2014. “Global Estimates 2014: People Displaced by Disasters. Geneva: Internal Displacement Monitoring Centre”.
- Lehne, Johanna, William Blyth, Glada Lahn, Morgan Bazilian, and Owen Grafham. 2016. “Energy Services for Refugees and Displaced People.” Energy Strategy Reviews 13–14 (November): 134–46.
- Porta, M. Ilaria, Annick Lenglet, Silvia de Weerdt, Rosa Crestani, Renate Sinke, Mary Jo Frawley, Michel Van Herp and Rony Zachariah. 2014. “Feasibility of a Preventive Mass Vaccination Campaign with Two Doses of Oral Cholera Vaccine during a Humanitarian Emergency in South Sudan”. Transactions of The Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene, Volume 108 (12): 810–815.